lunes, 19 de diciembre de 2011

Una miserable payasada

Ser payaso es lo suficientemente miserable para algunos, pero no para Dagoberto. Un payaso venido de menos a peor. Su existencia fue un error, o por lo menos así se lo hizo saber su madre cada vez que podía. Bueno, cada vez que el trago la dejaba, ya que era una alcohólica sin remedio. El padre de Dagoberto es aún un misterio, pero por lo menos el pequeño Dago tuvo varias figuras paternales que desfilaron frente a sus ojos como si fuera una marcha del 20 de julio.

La infancia de Daguito estuvo marcada por la miseria y la violencia. Literalmente marcada porque en su cuerpo huesudo, se podía observar aún las huellas del cable de la plancha y la correa, las únicas muestras de acercamiento entre él y su madre.

Dago huyó de la casa a los 13 años cuando un circo vino a la ciudad y decidió meterse en la jaula de los tigres, para ver si por fin acababan con su triste existencia. Pero pronto se daría cuenta que incluso los tigres no lo veían como alimento y lo rechazaban. Fue allí que el dueño del circo se hizo cargo de él y lo convirtió en un payaso. Aunque desde su nacimiento él había sido una payasada.

Durante su vida artística, conoció personajes particulares y sin iguales. La mujer barbuda alcanzó a estar con él por espacio de 2 años, pero lo dejó por el oso. No me refiero a la vergüenza de estar con él, al fin y al cabo era la mujer barbuda, ella no conocía vergüenza alguna. Me refiero a que lo botó para irse con el oso, ya que tenían muchas más cosas en común. Y sí, era evidente a simple vista.

Dagoberto no era ni querido, ni odiado entre sus colegas. Era una relación mucho más compleja, dónde la indiferencia regía. Nunca nadie se acordaba del día de su cumpleaños. Ni siquiera él. Ya habían pasado tantos años queriendo olvidar el día en que nació que lo había logrado. Las cicatrices que Dago tenía eran mucho más mentales que físicas, y eso que el cable de la plancha y la correa lo dejaron bien marcado.

Dagoberto era un payaso miserable, aunque para muchos suene redundante. Nunca se supo qué fue primero, si payaso o miserable. Pero en lo que todos coincidían era que él era la prueba fehaciente de que Dios no existía. No podía ser posible que un ser todopoderoso se hubiera olvidado de esa criatura tan sufrida. O quizás hasta Él mismo se hubiera olvidado de Dago. La verdad, todo era posible en su triste existencia.

Cuando la gente pensaba que nada podía ser peor, solo tenía que voltear y ver a Dago saludar. Era un ser tan infeliz que poco duró en su labor de hacer reír al público. Por eso siempre hizo el papel del payaso del cual todos se burlaban, hasta el día de su muerte, aunque solo hubiera estado en esa función 5 años. El resto de su vida en el circo se la pasó alimentando a los animales, ya qué a él era el único que ni los tigres, ni los leones, ni los elefantes lo atacaban. Y no era porque tenía un don especial con los animales, todo se reducía a que los mismos mamíferos salvajes sabían de su miseria y lo rechazaban.

Dago no terminó sus días en el circo, él volvió a la ciudad y tomó el puesto de anunciante en un restaurante. Todos los días gritaba con su megáfono: “Pase usted dama, pase usted caballero, hoy le tenemos la papita, el arrocito, la carnita, todo por un precio muy económico, siga usted”. Su labor duró hasta el día que intentó auxiliar a una mujer a la cual estaba atracando.

Con su megáfono, Dago pudo ahuyentar a los ladrones que habían robado a una mujer de unos 30 años, que yacía inconsciente en el piso. Dago la quiso auxiliar, pero fue cuando la mujer despertó y lo acusó de haberla robado y golpeado.

El payaso no tuvo más remedio que huir a las periferias de la ciudad, escondiéndose de un delito que no cometió. Aunque a veces en la vida ayudar es tipificado como un delito y eso fue lo que le pasó a este miserable payaso. Dago estuvo por allí, por allá, sin rumbo fijo pero sobrevivió gracias a la amistad que le brindó Minnie Shirley. Sobrevivió por un rato.

Minnie Shirley era una aspirante a actriz que nunca evolucionó a actriz. Ella le dio la mano a Dago, cuando se encontraron en el sitio de trabajo de ella, el Foto Japón de Bosa. Contrario a lo que se podía pensar, ella no revelaba fotos, lo único que revelaba eran muchos años ya que se veía vieja y demacrada. Ella era Minnie. O por lo menos un intento de Minnie Mouse, la compañera del famoso ratón Mickey. Ella se ponía su disfraz todos los días y esperaba a que algún padre de familia con ganas de traumatizar a su hijo o hija, decidiera que sería lindo recordar la foto del niño con Minnie de Bosa.

El éxito de Minnie era escaso, muy escaso. Nadie sabía si era por su voz gruesa y de ultratumba producto de una vida dedicada al cigarrillo, o sus manos gruesas y descuidadas, o simplemente porque el disfraz de Minnie generaba una desconfianza pavorosa.

Sin embargo ella tenía clientes y sobrevivía el día a día. Una mañana llegó una niñita con unas trenzas sanadresanas como acabada de llegar de la playa. La niña portaba unas botas texanas muy grandes y gruesas para su edad, el choque cultural con su incipiente rasta era un espectáculo para cualquier inocente peatón que pasaba por allí. 

Todo aquel que pasaba por ese sitio podía ver a una Minnie de Bosa con un disfraz que ya no era negro sino gris de lo sucio y descuidado. Con ese rostro de caucho rosado que con el paso del tiempo acumulaba suciedad y lo tornaba de un color amarillento, que hacía juego con esos ojos deformes y vacíos que si uno los miraba con detenimiento podía ver el rostro del terror y el pánico. Realmente era un cuento de terror vestido de Disney.

No obstante la niña multicultural con su rostro chibcha, su cabellera sanadresana y su porte mexicano, envuelta en un overol limón y rosado, estaba encantada. Claramente ella no había visto a la Minnie original. Si lo hubiera hecho, estaría traumatizada y presa del terror.

Fue gracias a este cuadro, que Dago se enamoró perdidamente de Minnie de Bosa. Claro, su romance duró hasta que se dio cuenta que Minnie Shirley había sido hasta hacía muy poco Miguel Estanislao. Ahí fue que Dago tocó fondo y decidió quitarse la vida, darle fin a su miserable existencia. Pero nunca previó que si no había sido exitoso en la vida, por qué habría de serlo en la muerte.

La primera vez que se intentó suicidar fue cuando a falta de corbata se colgó con un corbatín de utilería, de esos que disparaban agua, de sus tiempos en el circo. Obviamente el material del corbatín no soportó el peso y Dago quedó sentado en el piso sumando una frustración más a su larga lista de fracasos.

Dago intentó suicidarse muchas otras veces, quiso pelear con un policía, pero no recibió el tan anhelado balazo, solo bolillo y 24 horas en la UPJ. Después vino la sobredosis con pastillas, pero realmente nadie ha muerto por sobredosis de vitamina C efervescente, y él no iba a ser el primero.

Finalmente cuando vio que lo mejor era vivir, se dio cuenta que lanzársele a un Transmilenio podía ser la solución a sus problemas. Y realmente así fue. El golpe que le dio el articulado rojo solo lo dejó paralítico y postrado en una silla de ruedas. Pero le dio sentido a su vida, siempre había sido una miseria andante. Ahora lo era, pero con ruedas. Así Dago, pasó de ser un payaso a Ruedas, el valet parking más famoso de Bosa.