lunes, 23 de abril de 2012

El peor de los proxenetas

Toda mi vida he servido de facilitador para que aquellos que me rodeen se diviertan primero que yo. Especialmente a aquellas que consideraba hace un tiempo como amigas. La atención que les prestaba y el sacrificio que hacía era típico de una gran amistad. Algunos lo calificaban de alcahuetería y en realidad no me molestaba. Desde que todos fuéramos felices los detalles no importaban.

Sin embargo, el problema comenzó hace poco, cuando me di cuenta que no estaba obteniendo crédito alguno por esta tarea. Incluso algunas de mis amigas se quejaban por que no les estaba consiguiendo nada bueno. Fue allí donde lo que pensé que era una amistad siempre había sido un negocio, un mal negocio. Ese donde todos ponen y todos pierden.

No hay un manual al respecto, nadie te enseña a sacar crédito aprovechando los encantos y desencantos de aquellas que te acompañan en las noches. Las mismas que sagradamente llegan contigo pero se van con otros. Esas a las que hoy le gastas un trago y mañana dicen que van a pagar la botella entera, y en cambio pasan la tarjeta de la EPS para pagar. Y así una vez más uno se convierte en sus billeteras. Y otras veces te ven como su guardarropa. Arrancas por cuidarles el bolso, luego la chaqueta y terminas guardándole el celular y hasta el maquillaje.

Y reconozco que era feliz en esa sociedad, hasta me sentía afortunado por estar siempre rodeado de amigas. Incluso al velar por ellas se satisfacía en mí ese sentido paternalista. Cuando se han atrevido a atentar contra mi integridad física, a través de sus pellizcos y mordiscos, he descubierto que era una simple muestra más de ese afecto que nos unía.

Son esas marcas y cicatrices las que me servirán para recordar aquellos momentos, porque hoy es tiempo de reflexionar y entender que esto ya no es ni amistad ni negocio, todo lo que había conseguido era un grupo de amigas ideales para presentar a los del Servicio Secreto de Obama. Porque la realidad era que me había convertido en el peor de los proxenetas.

lunes, 16 de abril de 2012

Una cumbre sin consenso pero con sexo

Antes de que iniciara la Cumbre de las Américas en Cartagena, yo estaba esperando al siempre explosivo Hugo Chávez. Sin embargo, ante su ausencia lo único explosivo fueron unos petardos que aparecieron en la misma ciudad del Caribe colombiano. Valga la aclaración que no me estoy refiriendo a los mandatarios sino a unos artefactos que hicieron más ruido que daño. Nuevamente, no estoy hablando de los dignatarios.

Los que sí hicieron ruido y algunos daños fueron unos funcionarios del Servicio Secreto de Obama que descubrieron en carne propia por qué Colombia es pasión. Lo hallaron a través de los servicios de las siempre complacientes trabajadoras sexuales, que con sudor y algo más les mostraron a estos extranjeros que para disfrutar de estas hermosas tierras solo hay que venirse. Mientras unos buscaban la satisfacción a través del consenso, ellos hacían lo mismo pero con sexo.

Este tema incluso opacó a las Malvinas, Cuba o la legalización de las drogas, porque estos norteamericanos demostraron que a la Cumbre se va es a disfrutar. Ignoraré que Hillary estuvo en La Havana, un café de Cartagena, y se convirtió en Chica Águila. O que Shakira hizo su propia versión del Himno Nacional. Yo a ella no la critico porque si para cambiar al país hay que empezar por el himno es un gran primer paso.

Este escándalo sexual dejó mal parados a los once miembros del Servicio Secreto y los cinco militares involucrados y no lo dicen las prostitutas por conocimiento de causa, lo dice el general Martin Dempsey, jefe del estado mayor conjunto de Estados Unidos.

Aún no es tiempo de análisis, solo hasta dentro de 9 meses se verán los resultados de lo que dejó la Cumbre. Aunque conociendo a mi gente, creería que ya las trabajadoras sexuales están incluyendo dentro de su menú un "servicio secreto" que incluye un Barack Lomama, porque esta fue una cumbre sin consenso pero con sexo.

martes, 10 de abril de 2012

Vive Colombia, siente vergüenza por ella

No es que denigre de mi país, pero tampoco se me hincha el pecho de orgullo con los actos de mis compatriotas. Por lo menos no aquellos que vi en vacaciones. Traté de ver todo con ojos de extranjero, pensando que así podría apreciar la verdadera belleza de la propia patria, sin embargo lo que a continuación relato fue el resumen de ese intento.

Es evidente que viajar por el país tiene sus riesgos, por eso pensé que el primer trayecto debía ser en avión, más que todo pensando en la comodidad. En parte tenía razón, solo en parte porque varios sucesos hicieron darme cuenta de lo equivocado que estaba.

Saber de antemano que estaba a solo hora y media de dejar la fría capital y estar en una cálida playa era razón suficiente para estar emocionado. En la sala de espera veía a las personas a mi alrededor preguntándome quién de todos esos personajes podría quedar a mi lado en el avión.

¿Sería aquella mujer generosa en implantes PIP, o aquella otra joven rica, rica en biopolímeros ubicados en su región trasera? Claramente este paisaje era lo primero que saltaba a la vista, sin embargo un ruido me distrajo del par de atributos de sendas mujeres. Era un ladrido agudo e inconfundible de esos pequeños canes emparentados con las ratas. Alcé mi vista y vi a dos chihuahuas, uno de ellos todo un varón que de a poco se perdía en un grueso chaleco camuflado estilo militar. Como si esto no fuera suficiente espectáculo visual, el guerrero canino iba muy cómodo en una maleta de piel de tigre. Salvajismo en su máxima expresión.

Pronto cesaron los chillidos para ser reemplazados por los gritos y berrinches de unos gemelos con unos pulmones desarrollados a fuerza de los constantes quejidos. Era todo un duelo que por momentos se tornaba en dueto.

Ante este panorama temí que alguno de los personajes antes descritos se hicieran al lado mío en el avión. Con esa incertidumbre de saber quién sería la persona que estaría a mi lado, esperé hasta el momento de un despegue que se atrasó debido a ciertos problemas de coordinación interna en el cargue y descargue. Un hermoso eufemismo para decir sencillamente que se les olvidó bajar las maletas del vuelo anterior. Un muestra más de la genialidad de nuestras aerolíneas.

Finalmente despegamos y la silla contigua yacía vacía. Fue allí donde me di cuenta que por fin la comodidad se hacía realidad. Hasta que a los chihuahuas y a los gemelos les dio por dar un concierto inolvidable en pleno vuelo.

Al llegar a mi destino más muestras de comodidad y tranquilidad me dieron la bienvenida. El sonido de las olas, que en la bahía de Santa Marta son suaves, y esa constante pero refrescante brisa que viene de la Sierra Nevada lograron calmar el estrés de la ciudad que traía encima.

Hasta que llegó una volquetada de paisas salvajes queriendo colonizar las playas a las malas. Gritando a viva voz "Uribe, Uribe", como si fuera un grito de guerra. O como si con eso pudieran amedrentar a aquellos que estaban descansando y gozando de la tranquilidad rota por esta pandilla recién llegada.

Quise volver a sentirme extranjero en mi tierra y ver esta escena como algo particular y coloquial de estas tierras tropicales. Casi como una comedia. Pero lo que se generó en mi fue vergüenza ajena. Tanto como cuando vi una y otra vez a pequeñas niñas y enormes mujeres posando ante las cámaras. Con el mar de fondo y el viento haciendo bailar las chaquiras recién puestas en sus cabelleras. Amigo turista, si el objeto de tus afectos va a la playa y se pone chaquiras, déjala ir pero antes rápala.

El cuadro de costumbres seguía y mientras unos turistas sacaban billetes y monedas de aquel cilindro plástico amarillo que reemplaza las billeteras en la playa, otros jugaban fútbol ataviados en camiseta esqueleto blanca, medias negras hasta la rodilla y chanclas. Con este panorama y "Beautiful Life" de Ace of Base como música de fondo, de repente el año de 1995 llegó a las playas de Santa Marta y me envolvió. Fue un viaje en el tiempo a la década de los noventas.

Sé que la playa es terreno fértil para las colombianadas, pero lo que vi logró extasiarme al punto que luego de cuatro días decidí que ya era hora de iniciar el regreso a casa. Una odisea por tierra de 16 horas que fue la excusa para alargar el último día de descanso. Valga la aclaración que si el trayecto está ambientado por un mix de pistas musicales de organeta de primera comunión esas 16 horas se sienten como 24. Apenas iniciado el viaje apareció un aviso que decía que faltaban 870 KM para Bogotá. 50 metros después se asomó una nueva señal diciendo que faltaban 935 KM. La inteligencia vial en su clímax.

Cuando por fin llegué a casa comprendí que todo el exotismo de este país inviable es el que me lleva a concluir que orgulloso o no, este pueblo me divierte, por eso nos autodenominamos uno de los países más felices del mundo.